Se desata una guerra (2º Temporada)

off: viene de Nápoles.

Después de casi tres horas de volar bajo la lluvia, finalmente aterricé en el centro de Milán. Habíamos acordado que Martín me esperaría en el aeropuerto. Fui caminando hacia una avenida y comencé a mirar los carteles. Finalmente, encontré un con un dibujito de un avión. Seguí la flechita y caminé por lo que me parecieron horas. Finalmente, ví una pista de aterrizaje y un edificio moderno.

Ya habían pasado varios días desde que había aterrizado en Milán, pero aún no me recuperaba totalmente del largo viaje. Martín y yo estábamos hospedados en un pequeño hotel, el más económico que habíamos logrado encontrar. Era una habitación con una sola cama, un baño minúsculo y un microondas al lado de la mesita de luz, pero con eso nos arreglábamos. Nos turnábamos para dormir en la cama, mientras que el otro dormía en el suelo. Todos los días salíamos a buscar al saqueador, pero sin resultado. Comprábamos los diarios todos los días, para buscar algún robo de antigüedades o algo por el estilo, y Martín había conseguido un empleo en el aeropuerto como guardia de seguridad, por lo que podía comprobar si el saqueador escapaba de la ciudad. Mientras tanto, yo recorría las calles buscándolo, con una de él y algunos de sus secuaces que me había dado Martín.


Un mes después, sin embargo, no teníamos el menor rastro de él. Lo más importante en el periódico eran los partidos de fútbol y las estupideces que decía Berlusconi, pero no había nada de robos o tráfico de antigüedades. Decidimos que, si para el primero de Abril no había novedades, volveríamos a Bariloche con el dinero que ganaba Martín. Faltaban catorce días.

-Necul, empezá a hacer las valijas. Este viaje fue un desastre. Debemos irnos.
-Está bien. No te preocupes, Martín. En otra oportunidad atraparemos al saqueador. Y no se nos va a escapar.- Él asintió, no muy convencido.

Ya era 31 de Marzo, y debís haber empezado las clases hacía un mes. Habí llamado a mi familia para avisar, y ellos consiguieron licencia deportiva del colegio, diciendo que yo estaba en un campeonato muy importante de descenso.

Caminé hasta el pequeño armario y saqué mis pocas pertenencias. Las guardé en mi mochila. El libro de vuelo estaba sobre una mesita de luz. Habia estado leyendo bastante, ya iba por la trigesimocuarte lección. De vez en cuando, cuando aprendía algo nuevo, viajaba en colectivo hasta las afueras de la ciudad y practicaba en un campo, pero últimamente había dejado de hacerlo porque el dueño del campo había llamado a la policía contándole que un joven volaba sobre su campo. No le creyeron, pero era mejor no arriesgarse.

Cuando terminé de guardar todo salí a la calle a caminar un poco, para despedirme de la ciudad.

Estaba cruzando una gran avenida cuando de repente oí un bocinazo, seguido del chirriar de neumáticos al derrapar. Me di vuelta rápidamente y vi una camioneta negra, de vidrios polarizados, pasando el samáforo en rojo a alta velocidad. Esquivó tres autos por muy poco, rozó a un cuarto y lo mandó contra un poste. La camioneta estaba a punto de desarapecer en una esquina cuando pasaron, haciendo el mismo peligroso recorrido, tres patrullas de policía con las sirenas encendidas.
PUM!!! un gran estruendo resonó por todo el lugar. El auto que la camioneta negra había chocado acababa de explotar. Una mujer, que acababa de bajar por la puerta del acompañante y ahora estaba parada a una distancia segura, gritaba desesperada.
Miré hacia arriba. El cielo estaba cubierto de nuves. Toda la gente estaba mirando cómo un hombre valiente trataba de entrar al auto en llamas. Era mi oportunidad. Despegué rápidamente del puiso, ascendí y comenzé a volar a gran velocidad, buscando la camioneta negra que había causado todo. Tenía una corazonada...

Segundos después, localicé, muchos metros por debajo de mí, un rectángulo negro que avanzaba a toda velocidad por una autopista, provocando múltiples choques entre los demás rectangulitos. Comencé a descender. Un poco más abajo, empecé a escuchar los bocinazos, los chirridos de los neumáticos al frenar y los ruidos metálicos de los accidentes. Los patrulleros de la policía estaban casi un kilómetro retrasados, aunque ahora eran más de diez. Seguí descendiendo hasta quedar a sólo unos seis metros por encima de la camioneta negra. No tenía patente, los vidrios estaban polarizados y con remaches que me indicaron que eran blindados (por suerte veía muchas películas de acción). El logo de la marca del vehículo no estaba ni adelante ni atrás, pero puede reconocer que era una Chevrolet Van, de esas de las películas yankis.

Seguí al vehículo a una distancia segura por varios kilómetros. Ya no podía ver ni escuchar a los patrulleros. La autopista seguía en línea recta hacia el norte. Después de un tiempo, la camioneta desaceleró hasta ir a una velocidad normal, y un hombre totalmente vestido de negro abrió las puertas traseras y colocó una patente italiana. De repente, al salir de un puente, la camioneta ya no tenía vidrios polarizados. Se estaban encubriendo para despistar a la policía. Pude ver que adentro de la camioneta se encontraban tres personas y el acompañante, mas la parte de carga trasera que no tenía ventanas. El sol se pondría pronto, y yo aún no sabía donde terminaría esto. De repente, me llegó un mensaje de texto.

De: Martin
Dond estas? Volve rapido, tenemos q investigar algo, hubieron tres robos al mismo instante, a dos museos importantes y una casa de motores de avionetas, el método usado fue el mismo, estoy en el hotelucho te espero.

Cuando levanté la vista de la pantalla, ya tenía la sospecha de que uno de los grupos de ladrones y la camioneta negra eran lo mismo. El problema era que esta ya no se encontraba en la autopista…

Busqué desesperado por todos los carriles de la autopista, pero no había ninguna camioneta negra. Se me cansaron los ojos de tantos moverlos de un lado a otro y empecé a ascender para tener más campo de visión. De repente, vi una pequeña nube de polvo a mi derecha. Un finito camino de tierra que salía de la autopista se perdía en el horizonte, entre los campos verdes. Y, alejándose cada vez más, un puntito negro se podía entrever en la nube de polvo.
Cambié de rumbo y la alcancé en pocos segundos. Cuando estaba casi por encima, desaceleré e igualé su velocidad. La seguí por poco tiempo, hasta que llegamos a un pequeño pueblo. Milán aún se podía ver con claridad, como un monstruo de cemento y piedras a lo lejos.

La camioneta frenó en una casita pequeña, con las paredes chuecas y las chapas del techo rotas. Nueve personas bajaron del vehículo, y otras dos salieron de la casa por una puerta de tamaño demasiado grande comparada con toda la construcción. Todos llevaban el mismo traje de trabajo, de color gris, todos sucios y remendados. Abrieron los portones traseros de la camioneta y fueron sacando, de a una, tres grandes cajas de embalaje, tan altas como Martín y casi tan anchas como la Chevrolet. El trabajo les tomó varios minutos, hasta que todas las cajas quedaron adentro de la casita, que para ese entonces no podía tener lugar n para un alfiler. Mientras tanto, yo me quedé levitando detrás de un árbol alto y flaco, espiando entre las ramas. Una vez que terminaron todo, tres trabajadores regresaron a la camioneta y empezaron a sacarle un vinilo que la cubría, hasta que quedó completamente de color blanco brillante. El vinilo negro lo metieron en una bolsa y lo tiraron detrás de la casa. Después, subieron a la camioneta y se fueron del lugar. Los otros hombres entraron a la casa y no aparecieron de nuevo.
Me senté en una rama del árbol y saqué mi teléfono celular.

-¿Hola?
-Hola Martín, soy Necul. Perdona que no te respondiera, pero estaba ocupado. Más precisamente, estaba persiguiendo a los ladrones de hoy. Estamos en un pueblito al oeste de Milán, saliendo por la autopista. Vení para acá, creo que descubrí su escondite. Tenés que salir de la autopista en una callecita de tierra y seguirla hasta un pueblo. Tomá la primera calle a la izquierda y seguí hasta que se termina. La casa que vas a ver es donde te voy a estar esperando.
-Pero, explicame, ¿qué paso? ¿Cómo sabés que son ellos?
-Ahora no importa, más adelante te voy a contar. Vení rápido, y traé tu armadura. Y otra cosa: si ves a una camioneta Van blanca, marca Chevrolet, evitá que te vean.
-Pero… Bueno, está bien, voy para allá. No hagas ninguna locura y no te pongas en peligro. Sólo una pregunta… no, no importa.
-Bueno… Te espero.

Casi media hora después, puede un destello plateado que se acercaba por los aires. Cada vez se fue haciendo más grande, hasta que se pudo reconocer a la silueta de Martín. Frenó de golpe con un movimiento de sus manos y se sentó en la rama en la que yo lo esperaba.

-Hola Necul. Ya estoy mejorando en esto de hacerme volar, descubrí un par de trucos, por ejemplo… Bueno, ¿Esa chocita es el supuesto cuartel del saqueador?
-No se si es del saqueador, pero los ladrones están ahí adentro junto con la mercancía robada.
-¿Cuantos son?
-Por lo que pude ver, eran once pero se fueron dos, aunque probablemente hay más adentro.

Le conté brevemente la historia, y empezamos a planear la entrada.

-…si, creo que eso será lo mejor. Entraremos de golpe y usaremos el efecto sorpresa a nuestro favor. Derribaremos a la mayor cantidad posible de ladrones, y buscaremos a su líder, o sea, según suponemos, al saqueador. Si no está, tomaremos la mercancía robada y uno de ellos como rehén y nos iremos de aquí. ¿Te parece bien?
-Perfecto. Empecemos lo antes posible… o mejor, esperemos unos quince minutos más. El sol ya se puso, y para ese tiempo ya casi no habrá luz. Eso nos dará ventaja si debemos escapar volando.
-Que así sea.

Poco tiempo después, aterrizamos sigilosamente en el suelo, frente a la puerta. Martín la derribó y dimos un paso adelante, para llevarnos una gran sorpresa.

La choza estaba completamente vacía. Constaba de una sola habitación, sin ningún mueble o adorno. Las paredes eran blancas, o lo habían sido en algún momento. Ahora estaban llenas de tierra, barro, y hasta había una mancha oscura que probablemente era sangre.
Una luz pálida iluminaba el lugar, que no tenía ninguna ventana. El único detalle que resaltaba era un gran reloj de pie, en una esquina oscura.
Martín recorrió el lugar en silencio, hasta que se detuvo frente al reloj y se quedó mirándolo fijamente. Finalmente sonrió y caminó hasta el mueble. Dio dos pasos hasta él y lo examinó más de cerca. Lo agarró de un costado y trató de empujarlo, pero no se movió. Trató por el otro lado, hasta lo ayudé yo, con el mismo resultado. Miré el reloj y me di cuenta que no tenía cuerda. Abrí la puerta de vidrio y moví en péndulo. Casi instantáneamente, en la pared apareció una fina raya oscura, que se fue agrandando cada vez más hasta que formó un gran agujero oscuro. Después varias luces se fueron encendiendo de a una, iluminando un pasillo largo que se extendía por varios metros hasta una puerta blindada.

Martín movió los brazos hacia arriba, tratando de abrir la puerta, pero en ese momento algo lo interrumpió. Una caja de plástico, colgada de la pared, emitió un “bip” y casi instantáneamente la puerta blindada se abrió hacia arriba, y dejo que veamos a dos hombres vestidos con trajes militares. Apenas ellos notaron nuestra presencia, sacaron sus pistolas de los estuches, pero Martín, con un rápido movimiento de sus manos, se las arrebató y las arrojó lejos. Golpeó a los confundidos y sorprendidos guardias, quienes perdieron el conocimiento.

-Necul, pasá rápido que la puerta se está por cerrar y prefiero no gastar energía.

Seguimos caminando por el pasillo hasta que, después de un arco de piedra, entramos a una especie de galpón gigante, de forma circular.
Estábamos en un balcón interno que daba una vuelta completa al lugar. No había ninguna ventana, pero cuando miré para arriba vi que, muchos metros más arriba, había una gran fuente de luz. El piso se encontraba muchos metros por debajo de nosotros y pude ver tres F16 acomodados a un costado. Mucha gente iba y venía por el lugar, pero afortunadamente nadie nos había visto.

-¿Sabés que es esto?-Negué con la cabeza.-Es la base del saqueador. ¡Lo encontramos!

En ese momento, una compuerta se abrió en la pared, a la altura del piso. Uno de los aviones de guerra encendió su motor y se elevó en el aire, sin avanzar, con unos propulsores que se encontraban en su parte inferior. Inmediatamente, prendió el propulsor principal y comenzó a avanzar a una velocidad increíble. Pero entes de que saliera por la compuerta, pude ver algo muy extraño: No había nadie pilotando la nave.

-¿Viste eso?
-¿Qué cosa?
-El avión se manejaba solo, no había nadie en la cabina.
-¿Estás totalmente seguro Necul?
-Sí, así como de que mi apellido es Pérez.-dije sarcásticamente- ¡Obvio Martín, no te estoy jodiendo!
-Bueno, bueno, no te enojes. Y bajá la voz que nos pueden descubrir.
-Está bien. Bueno, ¿Me creés o no?
-Ehhh... Si, Necul, te creo. Ahora que lo pienso, el saqueador siempre contrata científicos, o mejor dicho, los secuestra y los obliga a trabajar.
-Si, puede ser... Mirá eso -le señalé una mesa larga, en el piso inferior, llena de computadoras, radares y televisores. Había una hilera de sillas, y en cada una se sentaba un científico, con un traje verde claro. Atrás de cada uno de los trabajadores, se encontraba un guardia con aspecto de gorila con una cachiporra en la mano.- Bueno, eso ahora no importa. ¿Cómo seguimos? ¿Que hacemos ahora?